La Fortuna y la Virtud en la pantalla del Aula Magna de la Escuela de
Teleco, ambas se creen indispensables en la tarea de marcar el devenir de los
mortales. A la Fortuna no le cuesta ridiculizar el aspecto poco favorecido de
la Virtud; esta última tampoco tiene que buscar demasiado para herir a su
caprichosa colega.
Un rato antes me habían ofrecido la posibilidad de ver el Madrid-Sevilla
en el Bernabéu, yo sólo pensaba en cómo escaparme de allí sin perder el crédito
de Libre Elección; ya tendría más oportunidades de aprender a distinguir un aria
de un recitativo. En éstas, que aparece Amor en escena, dominando el panorama
desde lo alto de una puerta giratoria, deja muy claro que es él el que rige
nuestras vidas, que una mínima indicación suya es suficiente para cambiar la
manera en la que las cosas acontecen. Toda esta discusión entre divinidades
forma parte del prólogo de La coronación de Popea, una ópera de
Monteverdi estrenada en Venecia en 1642.
Hasta ayer nunca había visto una ópera entera. Recordaba, más o menos,
de otra asignatura, Audición y apreciación musical, los orígenes de este
género (en la ópera no hay cabida para los diálogos: debe ser cantada,
acompañada y representada escénicamente) ideado en las reuniones de la Camerata
de’ Bardi, una élite humanista florentina que se propuso recrear los textos
clásicos alejándose lo menos posible de las representaciones de la antigua
Grecia. En La coronación de Popea la temática estrictamente mitológica
deja paso, por primera vez, a personajes históricos. Monteverdi ya había
sentado, con su famoso Orfeo, las bases del género: arias, recitativos,
coros y partes instrumentales.
Me llamó la atención la puesta en escena: Séneca lleva chaqueta, fuma
puros y bebe J&B, las criadas leen el Hola y los portadores
de malas noticias van con gafas de sol y guantes de cuero negros. En un
principio tanta mezcla —Roma Imperial, libreto del XVII y ambientación actual
con reminiscencias romanas-— me desconcertaba. Esta vez había hecho los deberes
y ya sabía lo que iba a pasar en cada acto (y los del Liceo de Barcelona nos lo
recordaron con todo detalle antes de empezar la transmisión). Aun así, el
cabreo por lo del fútbol se me iba pasando, y, a pesar de que hoy tenemos la
sensación de haberlo visto todo, entendí un poco mejor el entusiasmo de los
asistentes al estreno, en 1597, de Dafne, la primera ópera de la
Historia.
Triunfa el amor entre Nerón y Popea, o, a mi modo de ver, lo hacen el deseo y la ambición. Aplausos en el Liceo, los créditos sobreimpresionados en la pantalla. El Sevilla ya pierde uno a cero, cuando llego a casa van tres. Lo cierto es que en el camino de vuelta iba dándole vueltas a todo esto, me preguntaba si en realidad Amor es el único dios que nos mueve, que todo lo demás —como viene a decir un criado que se burla de Séneca— no es sino un artificio que en ocasiones sirve de consuelo. El Sevilla dio la cara, pero el Madrid acabó ganando siete a tres. En el descanso del partido aproveché para consultar la Wikipedia. En cierto modo, me alivió enterarme de que en la vida real no ganó Popea. Si es que en estas cuestiones del amor gana alguien.
PETER REDWHITE, habitante del ático.
Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja.
Lin
Yutang
Hola Peter,
ResponderEliminarSumamos tu post al material colaborativo del curso esperando que “Die Entführung aus dem Serail”, la siguiente emisión del curso Òpera Oberta en tu universidad, te sorprenda igual o más que “L’incoronacione di poppea”.
Un saludo,
ÒperaOberta.org
Estoy seguro de que también será excelente. ¡Muchas gracias por todo!
EliminarSaludos cordiales,
Peter