28/10/15

        

Todo acaba. A EL ÁTICO y sus habitantes les ha llegado la hora de despedirse después de dos años al pie del cañón semana tras semana. Os agradecemos esos miles de visitas que nos han animado todo este tiempo. Ahora toca pisar otros caminos, pero os echaremos de menos. Esperamos que nos recordéis con cariño. Hasta pronto!

21/10/15

"DEFENDIENDO MI TERRITORIO", por Ángel Sánchez


           A menudo me siento como un mastín defendiendo su territorio. No es que alguien intente entrar en mi casa o en mis terrenos, pero con frecuencia veo invadida mi intimidad y he de reconocer que me altera. No quiero ni pensar qué pueden sentir los famosos, constantemente vigilados y perseguidos. Por ello, cada vez entiendo menos a la gente que quiere serlo. 
             Supongo que os empezaréis a preguntar qué es lo que altera mi espíritu, de naturaleza tranquila según dicen la mayor parte de los que me rodean. Tardaré unas pocas líneas más en contar lo a ver si alguno va vislumbrando a qué me refiero, porque seguro que lo sufrís como yo. Apuesto a que también te roban algo de tu siesta, te interrumpen justo cuando el león está a punto de alcanzar a su presa, cuando el aceite está en su punto para freír o, simplemente, cuando estás relajado y tranquilo. Son una plaga que se te mete en casa y no es fácil de combatir.

  Lo digo ya: son los/las telefonistas que te ofrecen la mejor oferta de telefonía no comparable con ninguna de la competencia, o el seguro más adecuado para tu hogar o para ti. ¡Ja! De todas las que llaman alguna ha de ser peor, o lleva engañifa incorporada. Miras el número que aparece y te dices: no descuelgo. Peor, porque seguirán insistiendo y te interrumpirán todos esos momentos sublimes que acabo de relatar. Deberían entrar como un artículo más en la ley de Murphy: estás haciendo algo que te urge, apetece o interesa, pues recibirás una llamada inoportuna.

A cualquiera que se lo cuentas te da un remedio casero, y yo he probado alguno pero inútilmente. No sirve que digas que eres el criado de la casa, que eso lo lleva tu mujer o, en plan Woody Allen, que mañana te vas a suicidar… El que te llama es una persona pero quien te tiene fichado es un ordenador y, cuando el azar o el turno lo indique, allí estarán atacándote de nuevo, inmisericordes con la angustia existencial que te produce. Y no intentéis convencer a la persona que os llama de que os quite de sus archivos. Están programados para hacer caso omiso a esa petición o para no poder ejecutarla. Y aun cuando contestas con voz destemplada se atreven a preguntarte por qué no te interesa su producto. Como ya ves que no hay manera y decides colgar, sigues oyendo al otro lado del teléfono mientras lo retiras de tu oído: ¿por qué…por qué… por qué?
  Además de molestarme, me incomoda enfrentarme a quien está al otro lado del aparato, que al fin y al cabo está buscándose las habichuelas en un momento, además, en que están caras de conseguir. A veces me siento grosero y maleducado con ellos, y eso también me hace sentir mal. Aunque me consuelo enseguida pensando que los maleducados son ellos —sus empresas— que se meten en casa ajena sin que nadie les haya invitado y aun instándoles a marcharse no lo hacen.
Algunas compañías ahora tienen la “deferencia” de mandarte un mensaje de móvil diciéndote que próximamente te llamarán. En el mensaje te envían una web donde puedes darte de baja si no quieres que te molesten. Ni lo intentéis. Está preparado para que solo hackers del Pentágono puedan dar con la fórmula. Cabreo añadido: no solo me molestan sino que me hacen perder el tiempo. Me pregunto por qué me tengo que estar dando de baja en algo en lo que no me he dado de alta, y me hace sentir un nuevo personaje kakfiano. En esos momentos me río a carcajadas de la Ley de Protección de Datos y me siento desamparado. 


  Y no hablemos de los que con un “hola, buenos días, ¿cómo se encuentra?”, traje y vestido de los antiguos domingos, maletín y sonrisa impostada, llevan el proselitismo puerta a puerta; de los repartidores de propaganda (perdón, correo comercial) que, cual pianistas, teclean todos los números del portero esperando una rápida contestación; de los que no se aprenden que el piso de su amiga María Luisa es el de al lado, y que tú estás hasta el apéndice nasal pluralizado de que no sea capaz de aprendérselo y que le resulte más fácil un tímido “perdone, me he equivocado” (vuelto a equivocar, rectifico yo para mí). Me dan ganas de no abrir ni siquiera al cartero tradicional, al de Correos. Total, solo va a traer facturas, que en el mejor de los casos ni siquiera serán para mí. ¿Realmente son tan pesados? ¿Es que me estoy haciendo mayor, o soy cada vez más celoso de mi intimidad? ¿Qué opináis?
ÁNGEL SÁNCHEZ

14/10/15

"EL MUNDO ESTÁ ENTARBICUARIQUINADO, QUIÉN LO DESENTARBICUARIQUINARÁ", por Heterodoxa



La profusa aparición en los últimos tiempos de artículos, entrevistas, libros, notas de editores, sobre las aplicaciones, desarrollos, consecuencias, modelos económicos  alternativos… en torno a las nuevas tecnologías ha tomado tal ritmo que, he de confesar que el montón de recortes que voy acumulando —en muchos casos con un ritmo de caducidad casi instantáneo—, está alcanzando un volumen que amenaza con devorar cualquier otro espacio en mi mesa. Ya no solo se refieren a ello los tecnólogos o aquellos emprendedores que han creado sus startup bajo tecnología apps o web o en un mix de bio-nano-geno tecnologías, sino empresarios, economistas y hasta literatos que ven en la innovación una especie de tabla de salvación de un cierto mundo.
 No seré yo quien no aplauda y anime a esta nueva generación de profesionales que ven en las aplicaciones digitales y en la innovación una nueva forma de emprender y que en su utilización de las redes sociales están favoreciendo espacios de colaboración. Tampoco, como ya he escrito en EL ÁTICO alguna vez, creo que esta nueva economía no esté exenta de peligros y que de no planificarla —tarea que no compete al emprendedor—, ahora que todavía estamos a tiempo, con una visión holística podría convertirse en una distopía. Digo todo esto porque acabo de ser  testigo fiel de una de las disfuncionalidades de esta nueva realidad.
Desgraciadamente, estos días he tenido que bregar con el cambio de instalación de ADSL a fibra óptica. Lo peor no han sido los tiempos muertos, las múltiples llamadas para conocer el día, las horas perdidas en la espera…, ni siquiera la lucha, porque de lucha se ha tratado, aunque felizmente no ha habido que lamentar victimas, para conseguir que me cambiaran un router de última generación que se empeñaron en instalarme.
—Lo mejor, esto es lo mejor del mercado —decía el técnico tan ufano— ¿Ve? Fíjese, fíjese  qué velocidad de conexión wifi alcanza.
Tan bueno,  tan moderno, que era incapaz de reconocer a mi portátil. La velocidad solo se alcanzaba con el portátil del técnico —en algunos momentos aún me surge la sospecha de si los tendrán amañados para funcionar con ese router —. Pero, claro, eso era culpa de los drivers de mi ordenador —los drivers, a saber que será eso—, lo que tenía que hacer era cambiar los drivers. Esa declaración que parecía ensayada ante el espejo  te la decían con cara de BUUUF…, vaya tecnología obsoleta que tiene!!! Con eso y la afirmación pomposa de:
— La instalación está correcta.
Antes de que pudieras reaccionar intentaban escaparse, huir del lugar y traspasarte el problema.
Tampoco fue lo peor buscar argumentos lógicos y  con el sub-lenguaje adecuado,  que ya se sabe que si no has hecho como poco un master en Redes y conexiones Wifi, está difícil conseguir que reconozcan su fallo, suministren algo adecuado a tus necesidades y que interactúe con tus tablets, móviles y ordenadores. He de reconocer que el argumentario que desarrollé no debió de estar demasiado mal porque aunque se hicieron los remolones y tuve que acercarme más de una vez a la tienda física —quince días— y probar por mi cuenta versiones mas básicas, al final he logrado un router menos última generación, menos “lo mejor del mercado”, de los de siempre, con sus antenitas, que se comunica y reconoce a mi electrónica de andar por casa sin  necesidad de cambiar ningún driver ni ir a ninguna tienda a actualizar mi software y hardware.
Pero decía que eso no fue lo peor, lo peor ha sido los múltiples diálogos que he tenido que mantener con las maquinas. Esas llamadas eternas, esa cara de idiota que se te va quedando después de media hora de intentar interactuar con una voz electrónica que no entiende nada de nada. Esa musiquilla que se repite sin parar, esa voz metálica empeñada en decirte en un tono casi imperativo que no comprende tu lenguaje ni tus frases y de repente te encuentras vocalizando y modulando como si el problema estuviera en ti. Una vez más traspasándotelo.
Está vez he tenido suerte y los humanos de la tienda física me han ayudado a solucionarlo. Pero,  en el futuro próximo, cuando según todos esos gurús, muchas de estas tareas se desarrollen por robots, ¿a quién acudiremos? Y cuando esos robots comiencen a empoderarse en esto de la IA, ¿mantendrán el mismo tono imperativo o nos llamaran melones directamente? De verdad, nadie se ha planteado que la irritación de los consumidores va in crescendo y que cada vez más actividades hay que desarrollarlas únicamente vía email o paginas web.  Más parece que las empresas que ofrecen esas infraestructuras en muchos casos no están a la altura de las necesidades o pueden que sean los consumidores lo que no lo estén, pero de cualquier forma una hoja de instrucciones o un 1002 con lenguaje metálico y estrambótico no parece la solución. No sé, no sé, pero cada vez que aparece una noticia sobre posthumanos cibernéticos me los imagino teniendo que bregar con caídas de redes, troyanos, fallos de fibra, eso sí, solos sin ayuda de los técnicos. Cambiemos el final y que no sea como en la novela de Doris Lessing, Shikasta, donde todo sucumbe por pequeños fallos acumulativos y cada vez mayores en la tecnología.
HETERODOXA
PD: Las imágenes de los cuadros pertenecen a la última exposición de Gordillo. Solo los títulos: 1. Es-esto-el-futuro;  2. La araña; 3. Operación a corazón abierto; 4. La manzana de Eva,  ya presienten esta nueva vecindad entre lo digital y lo analógico, lo virtual y lo real, la colectividad y el ser disociado.